Después de sufrir los horrores del nazismo en los campos de concentración, Viktor Frankl publicó en 1945 el libro El hombre en busca de sentido. Él nos vino a decir que, pese a la mayor de las tragedias personales y colectivas, la persona puede elegir una actitud que le lleve a la supervivencia, a decidir su propio camino, a encontrar un propósito para vivir. El amor, la belleza, la experiencia, las vivencias, la sabiduría, la conexión con las demás, la convivencia, el placer, la alegría, la amabilidad… son valores, motivos, que si los ponemos en la balanza nos dan ese sentido de vivir.
A su vez, en 1955 el filósofo Theodor Adorno sentenció que “Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”. Sin embargo, se siguió escribiendo poesía, se siguió creando arte. En el periodo posterior a la 2ª Guerra Mundial surgieron movimientos artísticos como el expresionismo abstracto, el tachismo, el arte pop, el minimalismo, el arte conceptual, el arte povera, etcétera, hasta llegar al arte callejero y al arte contemporáneo. Todos los movimientos surgen, de alguna manera, como reacción contra lo estándar, lo que se repite y se academiza. Todo movimiento es fruto del tiempo que le toca vivir, de las innovaciones tecnológicas que surgen, de la información que se tiene, de la situación económica y de los vaivenes políticos.
Cuando la información llegaba a cuenta gotas, el arte se volvió realista, periodístico, había que contar lo que estaba pasando. Conforme la fotografía, la televisión va ganando terreno, mejora su calidad y se populariza, la información de lo que acontece en el mundo nos va llegando cada vez más nítida, hasta hoy en día que es directa y la vemos con toda su realidad en el mismo momento que sucede, es inmediata. Así, el arte ha ido pasando de la copia de la realidad a la abstracción, a la ensoñación onírica, a la instalación, a la performance, a la defiguración…
El Guernica de Picasso tiene sentido en 1937 cuando se pintó. Se convirtió en un auténtico icono universal del siglo XX porque simbolizaba el sufrimiento humano en una guerra. Hoy en día, cualquier noticiario, cualquier reportero filmando el horror directamente, por ejemplo en Palestina, nos transmite mejor el horror que el cuadro citado. Lo que quiero decir es que, actualmente, el Arte no puede competir con las imágenes en directo de la realidad. Hasta una performance donde la gente se tumba en el suelo envueltos en sábanas blancas queriendo expresar la matanza de civiles, a modo de muertos amortajados, resulta banal, fría, distante, poco realista, no creíble. Las imágenes de los muertos envueltos en sábanas en Gaza te conmueven, te acongojan, te entristecen y te causan dolor, verlas en la plaza de tu ciudad a modo de recreación que en cuanto se acaba el teatro se levantan como si nada, es insultante con las víctimas reales. El arte ha perdido la influencia social sobre la denuncia.
Y lo mismo está pasando con otras expresiones de la vida. Si nos vamos a la técnica, las máquinas hace tiempo que nos superaron; si nos vamos a la ensoñación, la Inteligencia Artificial con sus efectos especiales nos adelanta por todos los lados.
Así mismo, desde el impresionismo (segunda mitad del siglo XIX) hasta nuestros días, se ha experimentado, hecho y mostrado prácticamente toda expresión artística que se nos ocurra. La sensación que se tiene hoy en día es que todo es copia de algo anterior o tiene tantas referencias claras de lo ya hecho, que nada resuena a nuevo. Si te paras a pensar y analizar, bebemos de tantas fuentes que nuestra creación es una mezcla de todas ellas. Hasta el llamado arte contemporáneo actual es un vaciamiento para evitar que haya copia, porque si no hay nada, a nada se parece. Pero la nada es la propia desaparición del arte. Entonces ¿qué sentido tiene crear arte hoy en día? El mismo que lo tuvo después de la 2ª Guerra Mundial, de cualquier guerra. Avanzar como seres humanos, porque como dice el catedrático de Neurociencia David Bueno, “lo que nos hace humanos es el arte”.
En la película de Paolo Sorrentino La Gran Belleza, un turista se desploma al contemplar la belleza deslumbrante de Roma. Es el famoso síndrome de Stendhal, que ante la admiración de la belleza uno puede llegar a marearse. Cuando uno pasea por esta ciudad, recorre sus plazas, entra en sus iglesias, visita sus museos, sus ruinas…, al final te preguntas ¿cómo es posible crear un nuevo arte en Roma? La belleza extrema abruma, paraliza. Esta misma sensación la puedes tener si entras en el Museo del Prado, en el Louvre, en la National Galery o en cualquier museo del mundo, el arte de los grandes maestros te empequeñece, te hace sentirte tan poca cosa, que tu arte no soporta semejante comparación. Entonces resuena de nuevo la pregunta, ¿qué sentido tiene crear arte si no les llegas ni a la suela de sus zapatos?
El mismo sentido que le dieron todos los y las artistas que nos precedieron, expresarse a través del arte. No es cuestión de ser genios (solo hay unos pocos por generación) sino ser artistas de nuestro tiempo. El arte de hoy en día tiene que ser el resultado de la intuición personal del artista, cuando esa intuición es fruto del conocimiento, de la experiencia, del trabajo, de las emociones, de las preguntas, de la investigación, de las pruebas… El arte que hagamos, a su vez, tiene que ver el mundo bajo la mirada personal de su creador y tiene que contener poesía. Porque, como dice el poeta Juan Andrés Pastor, en un poema hay poesía o no la hay. Nuestra creación será arte o no lo será, todo va a depender de nuestra actitud, de nuestro propósito, de nuestro compromiso con el arte.
El arte siempre nos va a descubrir de diferente manera a la ciencia, a lo racional, lo que sentimos por dentro y no lo podemos explicar oralmente. El arte, aunque nos parezca simple, sencillo, repetido, nos va a permitir entrar en terrenos oscuros, inexplorados, que cohabitan en el interior de cada persona. El arte es la máxima expresión de lo que nos acontece, de lo que en cada momento social se vive. Estamos ante el asentamiento de la diversidad, de la socialización de lo diverso. Es el tiempo de la resistencia ante una Babelia que quieren destruir, es el tiempo de asociarse, de juntarse, de compartir nuestra individualidad para crecer en comunidad. El arte vive porque siempre ha tenido sentido, y hoy en día, más que nunca. El arte es la barricada de la libre expresión, la última trinchera ante la barbarie del pensamiento único, de la sociedad globalizada, sin matices ni pensamientos críticos, ante el consumo desaforado.